Me trenzó el pelo y las lágrimas, descubrí los lagos de su alma. Escribí por primera vez con pluma, en su espalda. Me aterrorizó el frío de sus pupilas, el calor de sus manos, sus estanterías vacías.
Los libros por el suelo.
Y yo con ellos.
Sin mantas que nos arropen, sólo poesía palpitante.
Dentro.
Muy dentro.
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